De
repente se dio cuenta que tenía gente alrededor pero que nadie se percataba de
su presencia. Llevaba casi un siglo ahí siendo parte de aquel campo con un lago
donde tanta gente acudía a pasar su tiempo de descanso y ocio. Estudiantes,
parejas de enamorados, familias con hijos… Era un lugar para la felicidad y la
desconexión.
Y
aquella tarde de sábado de fiesta y meriendas empezó a hablar. “¡Hola a todos!”
fue su primera frase. Parecía que le iba a costar decirla pero fue más fácil de
lo que pensaba. Su voz era gruesa y amable con el volumen lo suficientemente
alto como para que la gente le pudiera escuchar.
De
repente la gente se calló entre la perplejidad y el asombro. No entendían de
dónde venía esa voz que los saludaba de esa manera tan cordial.
-¡Soy
yo, el árbol!-contestó muy amigable.
La gente
pensaba que era una broma. Enseguida cayeron que podría ser un audio del móvil
de alguien…
-Soy
yo el que habla, el árbol -siguió hablando. Llevo una eternidad entre vosotros
sin que os deis cuenta de que soy el testigo principal de vuestros momentos de
esparcimiento. He oído vuestras risas, vuestras conversaciones, vuestros
secretos… pero también vuestros llantos, vuestras peleas y vuestras
decepciones. Y yo era el que os daba sombra mientras tanto. Sólo quiero daros
las gracias por todo antes de mi final.
Y,
de repente, las hojas se secaron y pasaron de un color verde a amarillo. El
árbol se quedó mustio. Se levantó una
brisa extraña y el sol se metió entre las nubes. Comenzó a hacer un frío extraño
que dejó a la gente en un estado de shock e incredibilidad. El árbol les había
dicho adiós para siempre y se había querido despedir de ellos.
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