Mía miró la rosa por última vez arrojada
sobre el agua del río helado. Entonces se dio cuenta que aquello se había
acabado para siempre y que no iba a ver vuelta atrás. Y era lo mejor para los
2: aceptar que habían llegado a un punto sin retorno donde lo correcto era que
cada uno fuera por su lado y empezaran caminos diferentes.
Se habían conocido en la Universidad:
esa etapa de nuevos proyectos que anuncia un comienzo hacia la libertad y la
madurez. A ella le gustaba evocar la primera vez que lo vio en aquella enorme
aula llena de gente que no conocía. Estaba unos asientos más adelante hablando
con otro chico de su edad.
-Parece que todo el mundo conoce a
alguien menos yo –pensó Mía. Ella se encontraba entre varías chicas que parecía
que no se habían dado cuenta de su presencia pero cuando se percató de aquel
chico moreno de amplia sonrisa, empezó a revivir en ella una nueva alegría e
ilusión.
Pasaban los días y una nueva vida
comenzaba a surgir en torno a aquellas clases. Y, por supuesto, el muchacho
moreno seguía ahí. Lo veía reírse con sus amistades mientras ella notaba que no
tenía cabida en su vida. El ansiado encuentro fue en la biblioteca, en esa sala
llena de apuntes, nervios y silencio. Ambos se encontraban estudiando la misma
asignatura y entre duda y duda llegaron los cafés y las citas para después de
clase…
Ahora Mía recordaba aquellos
primeros días de nuevas ilusiones: su primer concierto juntos, su primera
película en el cine, su primer beso… Era una época del principio de algo que no
querían que finalizase
La vida siguió y Mía y él cada vez
eran más “nosotros”. Todo lo hacían juntos y querían un futuro para los 2. Poco
a poco sus sueños fueron haciéndose realidad y decidieron darse el “si quiero”
para formalizar su relación.
Aquello fue otro comienzo: una nueva
casa, una nueva etapa en su relación y miles de planes de futuro que ya
empezaba a ser presente.
Y ese presente ahora ya es pasado.
Mía camina hacia esa heladería donde ha quedado con él. Podíamos intentarlo de
nuevo –le había dicho. Ella se pregunta cuál fue el punto donde todo empezó a
hacer aguas. Se le vino a la mente ese día idílico vestida de blanco con ese
ramo de rojas rosas que tanto le gustaban. Esas rosas que siempre él le
regalaba cuando todo parecía terminar y ella decidía cortar por lo sano.
Había tantas ilusiones en los 2 pero
poco a poco todo se fue deteriorando. Por más que lo intenta no puede evocar la
señal que avistaba el final… De un día para otro empezaron las ausencias
inexplicables, la falta de respuestas hacia preguntas complicadas… Luego
llegaron los nombres desconocidos en su lista de contactos.
Después de miles de perdones, de
cientos de rosas rojas y algún que otro fin de semana en lugares paradisíacos para demostrarle su amor, Mía decidió
finiquitar esa absurda relación. Se dio cuenta que no valía la pena ya nada en
aquella pareja rota donde él volaba en otro colchón noche sí y noche no.
Lo vio ahí sentado en la misma mesa
donde años atrás le había dado ese anillo para sellar su amor oficialmente. Qué
distinto era todo ahora…
-Siéntate- le dijo. Mía se sentó
pero casi no cruzó palabra con él; llevaba demasiado tiempo soportando paripés
de todo tipo y ya nada le hacía cambiar de opinión. Intercambiaron algunas
frases sin sentido, de esas que ni recuerdas lo que has dicho al acabarlas. De
nuevo la esperaba con una rosa roja. La cogió y le dijo adiós para siempre.
Empezaba a anochecer y la niebla
caía sobre la ciudad. Hacía frío pero Mía decidió no ir a casa todavía.
Prefería dar un paseo ella sola para esclarecer su futuro. Sabía que lo mejor
era aceptar la realidad para empezar a pasar página. Así que tiró la rosa al
río helado y al verla ahí flotando le dijo adiós definitivamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario